Exequias para un “hombre parlante”: Jesús Urueta en la colección Cvltvra

Crear un subtítulo con: A propósito de Jesús Urueta: Conferencias y discursos literarios, prólogo de Ramón López Velarde, Cvltvra, t. IX, núm. 6, México, 1o de diciembre de 1920, 161 p.

Ana Laura Zavala

Conferencias y discursos literarios, del escritor, político y abogado chihuahuense Jesús Urueta (1868-1920), formó parte del tomo IX (núm. 6) de la colección Cvltvra. Fue de los pocos tomos que contaron con dos ediciones: la primera apareció en 1919; la segunda se imprimió a finales del siguiente año con pequeños cambios en el formato: se incluyó un prólogo de Ramón López Velarde y se redujo el tamaño de la caja, lo cual aumentó el número de páginas de 149 a 160. Posiblemente, esta modificación se debió a cuestiones de mercadotecnia, pues aquellas once páginas adicionales bien pudieron generar en los potenciales compradores la idea de que se trataba de una obra más extensa o distinta a la anterior, aunque, en realidad, incluyó los mismos materiales, a saber, cinco discursos dedicados respectivamente a Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, Manuel José Othón, Benito Juárez y Auguste Rodin, además de dos extensas conferencias sobre tragedia y poesía griegas.

Como era corriente en Cvltvra, el volumen se incluyó con otras antologías en un tomo. La revisión de sus contenidos dificulta establecer a ciencia cierta cuáles fueron los criterios de selección de los editores al reunir en él obras anónimas tan diversas como Romances viejos, El Tesoro de Amiel, Torneos, mascaradas y fiestas reales en la Nueva España con Conferencias y discursos, de Urueta, que sólo pareciera entablar un diálogo un tanto lejano, y tal vez involuntario, con El monismo estético, de José Vasconcelos, primer número del tomo. La hibridez en la composición de casi todos los tomos de la colección hace pensar en un sistema de producción editorial un tanto azaroso, subordinado a las agendas de los colaboradores o a la accesibilidad de los materiales.

Ciertamente, llama la atención esta doble y casi simultánea publicación de la obra en un México todavía envuelto en las luchas revolucionarias, donde no existía un mercado editorial robusto. Una posible respuesta a esa cuestión puede inferirse del perfil biográfico y de las redes intelectuales del personaje antologado. A medio camino entre dos siglos y dos Méxicos, Urueta desplegó su actividad escrituraria, política y educativa en diversos escenarios y ambientes: desde su cercanía, a veces tensa, con la segunda generación modernista, con la que compartió la vida bohemia y las páginas de Revista Moderna y Revista Moderna de México, hasta su relación personal con figuras de las élites porfirianas como Sierra (con cuya sobrina se casó) y Enrique Creel (quien lo becó para “profundizar sus estudios legales y literarios” en Europa), pero también, tiempo después, como Francisco I. Madero y otros político revolucionarios; y, finalmente, su contacto temprano con miembros del Ateneo, ya fuera en las páginas de la aludida revista de Jesús E. Valenzuela, ya en espacios educativos (en particular, la Escuela Nacional Preparatoria), o en actos públicos como los ciclos de conferencias y las manifestaciones de protesta, organizados por ese grupo (Matías Maltrot: Jesús Urueta. Su vida. Su obra, México, 1931). Reconocido abogado, Urueta se mantuvo, asimismo, presente en los diarios de finales del siglo xix y principios del xx por su labor como litigante en escandalosos juicios, así como por su intensa actividad política, en la que destacó gracias a sus habilidades oratorias. El nombre de este “hombre parlante”, como lo llamó Alfonso Reyes, fue ampliamente conocido por los lectores de las publicaciones periódicas de aquella época; su “verbo divino” trascendió las elitistas esferas letradas y llegó a otros grupos sociales, como bien reconoció Julio Torri, uno de los principales artífices de la colección Cvltvra (Epistolarios, México, 1995).

Más allá del dato biográfico, señalo estos aspectos porque permiten comprender mejor una serie de elementos composicionales de Conferencias y discursos literarios, derivada de la relación que los agentes involucrados en el desarrollo de Cvltvra establecieron con la obra de Urueta. Según señalé, el volumen salió primero en 1919, acompañado de una nota de la Dirección, que se reprodujo de forma casi idéntica en 1920; sólo se agregó una aclaración parentética que advirtió sobre la existencia de la aludida “edición anterior”. En ella, los editores indicaron que los textos contenidos en aquel número eran “las primicias de un nuevo libro”, en el que el autor reuniría toda su obra “oratoria”, y de la cual había “entresacado” un conjunto de piezas hermanadas por un mismo “espíritu literario”. En 1919, esos señalamientos mediaron con seguridad la aproximación de los lectores a la antología, que se propuso, por una parte, como un producto “nuevo”, anterior al libro y de más fácil acceso para el público que la proyectada obra completa –que apareció póstumamente en 1931–; por la otra, como una síntesis de la labor oratoria del escritor, quien había realizado ese proceso de decantación para Cvltvra. El valor de las piezas incluidas, además, se validó mediante la alusión a su éxito previo en diversas publicaciones periódicas, donde despertaron una “entusiasta admiración” que se intentó potenciar y resignificar al reunirlas entre dos pastas, de acuerdo con un criterio que no privilegió lo cronológico, sino que, aventuro, tomó como guía la buena acogida que habían tenido esos discursos y conferencias en sus diferentes formatos a lo largo del lapso comprendido entre 1893 y 1917.

Con ese gesto, los miembros de la dirección de Cvltvra se asumieron como herederos de Urueta, cuyo legado pretendieron poner de nueva cuenta en circulación, incluyéndolo en su empresa editorial, a la que definieron y promovieron como una “antología […] de buenos autores”. El sentido de esas palabras se reafirmó en el tomo de 1920, con la inserción del mencionado prólogo de Ramón López Velarde, en aquellos momentos segundo vicepresidente de la Editorial México Moderno, S. A., de la cual dependía la colección Cvltvra. Fechado el 6 de diciembre de 1920, el texto parece haberse escrito con cierta premura, tal vez derivada del deplorable estado de salud de Urueta quien falleció el 8 de ese mismo mes en la ciudad de Buenos Aires donde se encontraba en misión diplomática. Es posible asegurar, incluso, que esas palabras se insertaron en la fase final de la edición del volumen, si consideramos que en la página legal aparece como fecha de impresión el “1° de diciembre de 1920”, es decir, cinco días antes de la anotación consignada en el prefacio lopezvelardiano. En diálogo con la nota editorial, el poeta jerezano destacó los ámbitos públicos en los que se desplegó la “teatral” personalidad de Urueta: con especial interés se detuvo en su labor como literato, orador y maestro de las nuevas generaciones, quehaceres de los cuales daban cuenta con ejemplaridad las piezas recopiladas en aquel número.

Sin duda, llama la atención que en ninguno de estos umbrales se hiciera referencia al contenido del volumen. Tal vez los editores no lo consideraron necesario, porque en la portada colocaron una imagen que bien pudo servir de clave de lectura para los posibles consumidores: una ilustración anónima de Palas Atenea. La presencia del mundo clásico se instauró, así, como uno de los principales criterios de selección de la antología ‒de las 160 páginas que conforman el volumen, más de la mitad la ocupan las conferencias dedicadas a la poesía épica y la tragedia ática‒, pero también funcionó como un dispositivo pedagógico para no sólo proponer un ideal estético neonacionalista opuesto al de la “enfermiza” hiperestesia decadentista, sino, de igual modo, para infundir en la juventud nuevos valores patrióticos basados en el culto a figuras nacionales (Juárez, Sierra y Othón), delineadas a partir de referentes clásicos.

Por medio de la helenización de los cuerpos físicos y textuales, Urueta incitó a los jóvenes a apropiarse de ese capital cultural clásico, de esa enciclopedia, pero no con un dejo de nostalgia por aquella edad dorada perdida, como sucedió en Europa, según señala Rosa Andújar en su trabajo “Pedro Henríquez Ureña’s Hellenism and the American Utopia”, sino con la voluntad de construir un futuro, una utopía mexicana, similar a la que soñaron Henríquez Ureña y José Enrique Rodó para la América hispana, y que parecieron compartir los directores de Cvltvra en el diseño de su colección.