Micrós, “una especie de clásico”

Crear un subtítulo con el texto: A propósito de Ángel de Campo (Micrós o Tik-Tack): Cuentos y se­manas alegres. Con un retrato de Micrós a pluma, Cvltvra, t. I, núm. 1, México, 15 de agosto de 1916, 59 p.

Yliana Rodríguez González

Martín Luis Guzmán saluda la primera entrega de la colección Cultura (con u y no con v, como figurará más tarde) en la “Revista bibliográfica” de El Gráfico, entre 1916 y 1917, vinculando su programa al de la colección Ariel, desarrollada en Costa Rica por Joaquín García Monge: “si a los buenos propósitos y al buen programa añaden los editores mayor cuidado en la parte material –más corrección en el texto, tipografía y encuadernación más perfectas– el buen éxito económico quedará asegurado y, con éste, el buen éxito cultural”.  Esta primera entrega es un conjunto de textos editados antes en la prensa o reunidos en libro por el autor, y aparece bajo el título de Cuentos y Semanas alegres. Las piezas antologadas representan una muestra de cada volumen ofrecido por De Campo en vida: por un lado, “El pinto” y “Pobre viejo”, que provienen de Ocios y apuntes;“El chato Barrios”, de Cosas vistas; “El puntero y el soldado”, de Cartones; y “Semana alegre” y “El jarro”, de Semana alegre.

El descuido editorial es una queja repetida respecto a esta primera entrega: “A pesar de ello, las condiciones técnicas y de producción en la ciudad de México poco favorecieron la aspiración inicial. Cuando en agosto de 1916 apareció el primer número de Cvltvra, Cuentos y Semanas Ale­gres, de Ángel de Campo (uno de los títulos seleccionados para esta edición), la prensa elogió el surgimiento de la serie, pero también señaló la presentación rudimentaria y el descuido tipográfico del cuadernillo, al cual se le calificó de publicación oficial. Como objeto, es uno muy humilde, en estado de gestación: carece de carátula y en ella sólo aparece el membrete de la colección en color negro, “Cultura”. En la portada se reproduce un retrato de Ángel de Campo, Micrós, a pluma, sin atribución; no hay ilustraciones. La entrega no aparece antecedida por un prólogo, sino por un texto de Luis G. Urbina (1864-1934) que alude a Micrós, aunque no a esta nueva reunión de sus textos. Este texto no contraviene lo establecido en la tercera de forros, en la que se asienta, a propósito de la naturaleza que tendrá esta serie, que “cada cuaderno llevará un interesante prólogo con noticias biográficas y bibliográficas del escritor a quien se destine el número”. Atrás también se anuncia que se tratará de “cuadernos quincenales destinados a la divulgación de la buena literatura. Selecciones de los mejores autores…”.

En la primera entrega de la serie, se anuncia, asimismo, que la próxima obra estará dedicada a Rodó, y entre los números en preparación, se revela que aparecerá Gutiérrez Nájera, Othón, Andersen, sor Juana Inés de la Cruz, Peter Pan, por J. M. Barrie, doctor Mora, Ibsen, Juan Ruiz de Alarcón y Maeterlinck. El tomo I estaría formado por seis cuadernos, que configuran una mezcla singular. En definitiva, no hay una línea temática, genérica ni cronológica que explique la lógica que rige esta reunión de textos, aunque claramente se trata de autores consagrados y de escritores populares, extranjeros y nacionales. El caso de De Campo resulta, en este escenario, problemático: no es un clásico (el texto de Urbina lo señala claramente), pero sí uno que merecería serlo. Así, con un gesto de homenaje y de rescate abren la serie que, en todo caso, aprovecha la buena fortuna autorial que De Campo gozó en su tiempo. Una fortuna que Martín Luis Guzmán no reconoce; para él, la elección de Micrós es acertadísima, por razones que atañen a su originalidad y, afirma, por la ausencia de lectores. Sabemos que De Campo fue popular en su época, pero Guzmán se refiere, con toda seguridad, al último tiempo, en que, por desgracia, Micrós fue atacado por el segundo modernismo (quienes, por cierto, no están incluidos en el catálogo) y cayó en el olvido. Esta condición es, para Guzmán, sobre todo, una cualidad. A esto suma su humorismo, lo bien que han envejecido sus “frágiles artículos” y su nacionalismo, y añade un rasgo particular: Micrós podría considerarse una “especie de clásico” porque en él la lengua mexicana se basta a sí misma; la prosa de Micrós nos muestra “un mundo destruido en nosostros ¡pobres mejicanos! por el Diccionario de la Real Academia”. La decisión de retomar a este autor revela una inclinación por cierta tradición literaria decimonónica y es un primer guiño comercial de parte de Cvltvra: la ventura y la desgracia de Micrós, a esta luz, son gancho eficaz para arrancar la serie (además de la icondición de autonomía lingüística que le reconocen).

Para armar estos tomos, es requisito indispensable que el cuaderno sea realmente breve: en este caso, tiene 59 páginas (el más extenso, en el grupo al que pertenece es de 80), y se juega con dos tipos de circulación: la que depende de una suscripción, como se ofrece en los anuncios: $1.30 por tres meses; $2.50 por seis; o bien la que obedece a la venta por volumen, como se indica en cada folleto. El precio ($1.50) lo hace accesible a todo tipo de público; lo mismo que el tamaño: 18 por 12 cm, que es cómodo, muy cercano a los libros de pequeño formato destinados a la literatura de masas. Con ellos comparte características: consumo masivo, fácil manejo, costo bajo para el lector y el editor, amplia circulación. Cvltvra retoma, reelabora y aprovecha la práctica heredada de la prensa del siglo xix (la palabra clave para suponerlo es “suscripción”) de reunir entregas económicas para, con ellas, formar un libro al finalizar el ciclo; volumen al que pocos, por una cuestión económica, podían aspirar.

El texto que prologa la entrega (“Sensaciones íntimas”) no es tal: fue publicado en El Mundo Ilustrado a la muerte del autor. Sin embargo, es aprovechado para esta antología, sobre todo, por la última parte, en la que Urbina afirma que “Es preciso coleccionar esa fecunda labor del gran humorista. Yo la conozco, la vi hacer; es labor violenta, ejecutada en la mesa de las redacciones; labor de periodista, en su mayor parte. Sin embargo, es digna, como pocas, de figurar y de perdurar en el libro”. El paratexto es utilizado, además, como lugar de posibilidad comercial: los editores añaden una nota a pie en la referencia que Urbina hace de Andersen, para anunciar la próxima aparición de textos de este autor en la colección. Es sitio en el que podemos advertir, además, por otro par de notas a pie dedicadas a dos vocablos en particular (bibliomanía e impromptus; hay llamada en ancestrales, pero ausencia de nota), el estatus que los editores otorgaban a sus lectores: los consideraban incapaces de descifrar estos términos; no pretendían tratar con lectores sofisticados ni especializados.

Cuentos y semanas alegres se materializa en Cvltvra, como deseaba Urbina, aunque sin llegar a ser libro ni revista ni cuaderno ni folleto (sea lo que sea esto, como objeto coleccionable y sujeto a reunión) del todo: lo impide fundamentalmente su materialidad, a caballo entre lo efímero y lo perdurable, por asemejarse a una publicación periódica y a un libro al mismo tiempo, pero también la naturaleza original de los textos, en consonancia con aquella. Cvltvra anuncia la posibilidad de canje con toda clase de publicaciones y la impresión, a partir del siguiente número, de una Sección Bibliográfica para dar cuenta de las obras remitidas para tal propósito (como lo haría una revista) y, al mismo tiempo, ofrece a cada entrega la atención de una pieza autónoma, tanto en su disposición para venta individual como en la de su reseña (como se actuaría con un libro). Cvltvra tiene un pie en el periódico (siglo xix) y uno en el libro (siglo xx).

La colección representa la posibilidad de mirar el taller del editor, el taller del canon, y la incipiente mentalidad editorial moderna, al permitirnos atestiguar una voluntad, como diría Beatriz Sarlo, por intervenir en el tiempo en que circula esta puesta en página ahora, en formato de libro, o de protolibro, mejor dicho. Cvltvra devuelve al presente, a partir de prácticas de selección y legitimación, autores como Micrós, para leerlos de nuevo (o acaso por primera vez), promoviendo con ello, en este joven mercado cultural, una idea de continuidad y coherencia entre obras y autores reunidos en la colección, y los sujetos involucrados en su producción.

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