Poemas selectos Luis G. Urbina

Poemas selectos

Raquel Mosqueda Rivera

En diciembre de 1919 la colección Cvltvra publica el volumen Poemas selectos del escritor mexicano Luis G. Urbina (1868-1934), acompañado de los “Apuntes críticos” de Manuel Toussaint, Más allá de ahondar en las características o en el análisis de los poemas que conforman dicha antología, me interesa indagar en la implicaciones culturales (y literarias por supuesto) que se desprenden del hecho de insertar en esta importante empresa cultural a un autor tan claramente filiado con el régimen anterior.[1] En las siguientes líneas  plantearé algunas hipótesis con respecto a los propósitos  que los editores tuvieron en mente cuando eligieron al “Viejecito” (apodo muy conocido de Luis G. Urbina) para formar parte de su catálogo editorial.

            Si bien la calidad de la poesía de Luis G. Urbina bastaría para justificar tal inclusión, me parece que otros aspectos deben tomarse en cuenta. En principio, las circunstancias vitales por las cuales atravesaba el autor de Lámparas de agonía. Es conocida su desacertada adhesión al gobierno huertista durante el cual se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional; no obstante, el suyo no fue un caso aislado, varios intelectuales aceptaron cargos durante esta etapa.[2]  Tras la caída de Victoriano Huerta, y de pasar un par de días en prisión, Urbina partió al exilio hacia Cuba en 1915, un año después, el Heraldo de Cuba lo envió como corresponsal a España. Pese a que en el ambiente intelectual madrileño encontró cálida acogida (algunos de sus amigos, entre ellos Amado Nervo, también residían en la capital española), las crónicas publicadas en  Excélsior y El Universal delatan la nostalgia que Urbina siente por su patria. Llama la atención el énfasis que en los “Apuntes críticos” Toussaint hace de esta circunstancia, a la cual incluso señala como la causante de la “amarga melancolía” que caracteriza los últimos poemas de Urbina. Para el estudioso: “hay en su producción un desequilibrio palpable; se comprende que, fuera de su país, en lucha con elementos nuevos, su arte se halla descentrado”. (14)

Si bien la antología publicada por la colección Cvltvra cumple con uno de los principales empeños de la colección: “[promover] la difusión de una serie de valores estéticos que ayude a distinguir al verdadero escritor del ‘aventurero’”;[3] asimismo, dichos valores son  la divisa de la cual se vale  Toussaint para llevar a  cabo una fervorosa defensa de Urbina y, de alguna manera, “regresarlo a su centro”, es decir a la tradición lírica a la cual pertenece.

Miembro de la llamada Generación del 15, integrada también por figuras tan prominentes como Antonio Castro Leal, Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Narciso Bassols entre otros, Toussaint comparte con éstos su preocupación ante el incierto rumbo de la cultura mexicana durante el periodo revolucionario;[4]de aquí, quizá,  las características destacadas por el crítico en la poesía del autor de Puestas de sol y de las cuales, desde mi perspectiva, se desprende un objetivo específico. En primer lugar el estudioso inserta la poesía de Urbina en una tradición literaria (incluso lo declara el heredero de las glorias de Manuel Gutiérrez Nájera),  lo cual trasluce, sin duda, la  urgencia por preservar el pasado. Como segundo punto insiste en la “mexicanidad” del Viejecito, insistencia que bien puede traducirse como un abierto reclamo para que “el más mexicano de los poetas”, regrese a su tierra. Por último, subraya la uniformidad de la obra de Urbina a contracorriente de “modas pasajeras”, homogeneidad que, aventuro,  expresa el anhelo de dejar atrás la anarquía y el caos ocasionado por la Revolución.

Detenerse en el Duque Job no es ocioso pues éste funge como figura tutelar de Urbina quien constantemente lo alude como una de sus más importantes influencias estéticas y vitales; no obstante, de acuerdo con Toussaint: “Como Gutiérrez Nájera, Urbina desarrolla los eternos temas vitales de poesía […] apenas en los matices podemos encontrar diferencias”; (5) justo en estas diferencias se funda la abierta “llamada de atención” hacia la situación actual del poeta. Para el fundador del Instituto de Investigaciones Estéticas, “Urbina es más fundamentalmente melancólico y por ende más mexicano”, (6) [5] y añade:

le faltan sus volcanes, símbolo el uno de sus desgarradas pasiones; el otro de su melancolía casi olímpica. Le faltan las profundidades de su valle […] Le falta la lentitud de sus llanuras […] Le falta su ciudad materna con los rincones donde vivió sus dolores y placeres. Le faltan sus amigos de arte y sus amigos de vicio, que, al fin y al cabo son los mejores. Le falta todo”. (14)

Respecto a la “homogeneidad imperturbable” de Urbina, Toussaint declara: “el poeta tiene algo que lo une al momento; ese algo es su lirismo; pero también, algo que lo aleja del momento y es la uniformidad de su obra reciente con su obra primera, la prolongación de una estética que el mundo literario, más caprichosamente esclavo de la moda que ningún otro mundo, halla por completo fuera de sus días”. (7) Como ya mencioné, este rasgo resulta fundamental ante la vorágine representada por el movimiento revolucionario.[6] Nada más opuesto a la anarquía que la poesía de Luis de G. Urbina, de quien varios críticos destacan no sólo su capacidad para transitar de una corriente estética a otra sin demerito de su calidad, sino también para erigirse en una suerte de llamado a la mesura y al equilibrio.

  Los Poemas selectos de Urbina forman parte del tomo XI de la colección, integrado además por La poesía religiosa en México de Jesús García Gutiérrez, Cuento, estética y poemas de Valle Inclán, Jardines de Francia de Enrique González Martínez, La linterna sorda de Jules Renard y Los mejores poemas de Enrique González Martínez.

Puede advertirse que en este tomo se privilegia al género poético. No extraña la doble presencia del poeta de “Tuércele el cuello al cisne” debido a su gran prestigio e influencia en esos años, empero, sí es importante advertir que la celebridad de Luis G. Urbina no es menor. Por diversos testimonios sabemos que gozaba de una bien merecida fama sobre todo como poeta, la cual le había granjeado un número importante de lectores quienes seguían con interés su crónicas publicadas tanto en Excélsior como en El Universal.  En este punto  llama la atención el juicio que dicho género le merece a Toussaint:

Como su antecesor que la había creado [se refiere a Gutiérrez Nájera], y con sello inconfundible, Urbina se dedica a la crónica. Género de literatura burguesa que le permite escalar el periodismo, género en realidad tan absurdo que en su misma excelencia lleva implícita la seguridad de su muerte, puesto que mientras mejor es una crónica en su tiempo, es decir, mientras más se unifica con la circunstancia pasajera que le dio origen, más enfadosa resulta en años posteriores. (5)

De lo anterior, y del tomo completo, puede inferirse el papel fundamental del género poético en la  tarea emprendida por los editores de Cvltvra, lo que permite observar que todos los escritores que conforman el tomo, sin duda se ajustan a lo expresado por Cervantes y Valero para quienes la colección, “al ofrecer obra clásicas, abarcó el pasado y buscó proyectarse en el presente; al mismo tiempo dimensionó la literatura nacional con las obra de autores universales que los editores de Cvltvra, como lectores asiduos, extrajeron de sus bibliotecas personales”.[7] 

En cuanto a los criterios de selección de los poemas que integran esta antología podría conjeturarse que se corresponden con los valores ya mencionados; sin embargo resta hacer hincapié en la constante establecida por Toussaint para caracterizar los poemas elegidos, me refiero a la melancolía. Si como afirma Zavala Díaz en su reseña a La tinta de la melancolía de Jean Starobinsky, “A pesar de su alta peligrosidad, pues afectaba a la inteligencia, la melancolía o atrabilis fue considerada, asimismo, desde los escritos aristotélicos, como un signo de superioridad intelectual y de creatividad artística”,[8] es claro que debido a la distancia que lo separa de su hogar, la melancolía, y con ella, la creatividad de Urbina se intensifican al grado de hacer de ésta última su epígrafe: “creer, crear”.

 En fin estas son sólo algunas de las muchas conjeturas provocadas por un autor que no se conformó con recoger en su pañuelo “la irrestañable y vieja lágrima”, sino que cruzó el mar, el siglo y varias corrientes estéticas en la persecución perene de su melancólica musa.


[1] Desde 1905 hasta 1911, Urbina fungió como secretario particular de Justo Sierra,  influyente Secretario de Instrucción Pública, entre otros importantes cargos, durante el Porfiriato.

[2] De acuerdo con Carlos Monsiváis: “Después de la caída de Díaz [comienza] la necesidad de reacomodo. La atmósfera intelectual se espesa contra Madero […] Se ha vivido demasiado tiempo bajo la dictadura y la libertad disponible es un compromiso excesivo. Cunde el reflejo condicionado: el sometimiento ante la voluntad póstuma del todopoderoso que no es sino el pánico agresivo ante la anarquía. Esto explica en parte la posterior incorporación masiva al huertismo de los intelectuales.  (Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX”, en Historia general de México. Tomo 2. México, Harla/El Colegio de México, 1988, p. 1393).

[3] Freja I. Cervantes Becerril, Pedro Valero Puertas, La colección Cvltura y los fundamentos de la edición mexicana moderna 1916-1923,  p. 40.

[4] Monsiváis resume la situación de este grupo como sigue: “La élite reconoce su desamparo espiritual y pretende oponer su refinamiento a la brutalidad ambiental. No existe un público preparado y crítico y no hay posibilidades mayores de publicar o tiempo de estudio y reflexión. Son excepcionales las empresas como la Editorial Cvltura. Todo -afirma la élite que juzga estúpido al país porque no cree en la  poesía- conspira contra nuestro crecimiento. El índice de analfabetismo excede al 70 por ciento. Prosigue […] el choque de las dos culturas latinoamericanas: la rural, de tradición oral, tenazmente enraizada en el pasado e inalterada por las corrientes europeas modernas y una cultura minoritaria urbana de inspiración europea. (“Notas…”, 1408)

[5] Años más tarde  en  la “Introducción a la poesía mexicana” Octavio Paz suscribirá este juicio: “[Urbina] es el más mexicano de los poetas mexicanos. Por su tono; por su clima espiritual; por su colorido rico y a la vez afinado” (apud Jorge Mendoza Romero, Historia crítica de la poesía mexicana. Tomo I. México, FCE/CONACULTA, 2015, p. 273).

[6] “Para esta élite, el mundo revolucionario no está en el futuro sino en el pasado. El presente es el caos, la nostalgia es el inicio del orden. En la confusión, las salidas son individuales. Quien quiera salvarse debe asirse a los principios, a los hombres, a las frases. El shock cultural se delinea también como el miedo a lo desconocido, el terror a esa anarquía que desprestigia el modo de vida burgués: en lo intelectual sólo hay sombras y en lo político desorientación, desenfreno, corrupción moral.  (Carlos Monsiváis, op. cit.,  p. 1410).

[7] Cervantes y Valero, op. cit., 45.

[8] Ana Laura Zavala Díaz, “Sobre Jean Starobinski, La tinta de la melancolía” disponible en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-65312019000201917